A veces los recuerdos nos juegan malas pasadas.
Cuanto más tranquilo estás, cuando más convencido te sientes de que todo está superado, de que, absolutamente todo, quedó en el pasado, es cuando se encargan de aparecer y hacerte ver que no se quedaron tan lejos.
Te hacen trasladarte a un pasado, malo o bueno. A veces, lo echas de menos; en cambio, otras, deseas que se hubiera quedado tranquilito en su lugar, en donde debería estar siempre.
¿Sabes? Hace poco tiempo que me acompaña uno de esos recuerdos a todas horas. No es algo que tuve que superar. Simplemente, tuvo su lugar y allí se quedó. Tuvo su momento de gloria y se apagó. Se apagó durante mucho tiempo. Y, ahora, es cuando vuelve. Traicionero. No me entristece, no me hace llorar, ni siquiera me estremece. Tampoco ardo en deseos de que se vaya de nuevo o, quizás, de que se vuelva a repetir. Solo parece como si echara de menos cómo me sentí en aquel momento, disfrutando y viviendo ese recuerdo.
Ahora, sin embargo, son escenarios completamente distintos. Pero, a veces, es como si nunca hubiera avanzado el tiempo. Es cuestión de segundos, la sensación de estar estancado pasa por delante de ti y se va. Sin más. Vives de nuevo ese recuerdo, como si nunca, en ningún momento, se hubiera acabado.
Parece que solo quiere recordarte que está allí, que no se irá y que las historias se repiten, una y otra vez.
Una y otra vez.
Y ese recuerdo te ayuda a ser más fuerte... pero también te mantiene invulnerable, te hace olvidar dónde estás, llevándote a otro lugar, lejos del presente.
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