Acabo de llegar a mi casa. Seguramente, mañana, mi vida no será la misma. No será la misma pero con un pequeño énfasis porque considero que es verdad eso de que cada cosa que te pasa, cualquier cosa, puede cambiar tu vida un poquito, día a día. Pero hoy... hoy ha sido diferente.
He aprendido que la música me acompaña más que nunca, me da respuestas y, a la vez, hace que me pregunte más cosas. Me provoca nerviosismo, ganas de superarme a mí misma. De seguir adelante y aprender.
Y es que hay tantas cosas adheridas a esa música...
A decir verdad, no cambiaría mi vida por la de nadie. Lo tengo muy claro. La manera en la que mis ganas de aprender nublan mi vista llega a ser agotadora; pero también ofrece recompensas.
Exactamente como la que he recibido hoy.
He descubierto una parte enorme de mí misma que ni conocía. Y me va a ayudar. Más que nunca.
¿Qué se puede pensar de un concierto que tiene las entradas agotadas desde hace semanas... y tú consigues la tuya días antes, así, sin más? Sería causalidad, quizás. Llámalo suerte.
Yo lo llamo destino.
Es mi concepto de destino. La manera en la que ocurren las cosas, las señales que te hacen encontrarte en el sitio exacto en el momento exacto, ese es el destino para mí. No está escrito, se relata sobre la marcha. Pero se relata. Por cualquier razón, tú te encuentras en ese lugar, en ese momento y acompañado de esas personas. Podría haber sido de otra forma; pero no, ha sucedido así. Y punto.
Ese destino tiene como objetivo enseñarte algo. Algo bueno, algo malo. Pero siempre hay algo oculto. Algo que te hace crecer como persona, que te hunde en el barro más profundo o que te enseña lo equivocado que estabas.
Yo, estoy dispuesta a encontrar mi destino, a no temerle porque, de una forma u otra, me está enseñando el valor de hacer las cosas a su tiempo.
Me está dando una lección.
Y no voy a decir que esté siendo fácil.
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