Parece que todo viene y va. Y es que va a terminar siendo verdad.
Parece que te quedas y de repente me despierta tu portazo. ¿Qué diablos es lo que estás pensando?
Repito una y otra vez la misma canción. La misma letra. Los mismos acordes. La misma voz. Y es que no se parece en nada a la tuya. A tu voz. Puede que sea porque ni siquiera la recuerdo. ¿Me podrás perdonar? Ojalá. Tomaré el silencio como un signo de afirmación.
Porque será lo único que nos regales a partir de ahora, tu silencio. Y, nosotros, agradecidos, no haremos otra cosa, osados, que intentar descifrarlo.
Ojalá estuvieras aquí.
Embobado, insomne, acaricio la piedra que encontré. Todos duermen pero ella, con el ruido, no la pudo ver.
Me da por recordar. Y no es que me duelas. Es que llevo en las venas tu ausencia. Y la seguiré llevando. Está más que asumida. Forma tal parte de mí que eres eso que siempre está. Eres lo que siempre, sin querer, o sin pensar, o, qué demonios, incluso haciéndolo, echaré de menos cada vez que descuelgue un teléfono, cada vez que me dé por marcar un número. Cada vez que mire por la ventana. O cada vez que me despierte después de una cabezada. O cada vez que me siente en aquella silla. O cada vez... cada vez, que suene nuestra palabra, nuestro número, nuestros recuerdos. Porque esos sí que suenan. Más alto que cualquier ruido infinito, más alto que cualquier fortissimo, más alto, siempre, que cualquiera que trate de hacer que me deshaga de ti.
Con vivos, muertos, brindando juntos por un año más, un año menos que dolerse de esta herida y de esta luz.
Para mí, eres todo eso. Eres teléfono. Eres risas. Eres cincuenta. Eres Madrid. Eres tortuga. Eres esperanza. Eres lucha. Eres esa silla. Eres esa ventana. Eres esa cabezada. Eres valentía. Eres infinito. Eres inolvidable. Eres todo menos dolor.
No. Nunca dolor. No eres dolor. Eres lo mejor de cada persona. Eres y serás, lo que siempre acompaña, que no duele y hace llorar, que no pesa y obliga a llevar, que no condiciona y no deja de aparecerse. Como si nada pudiera pararte... pero sin el como. Nunca existieron murallas para ti. Hasta que nos separó la única que conocimos de verdad. ¿Qué digo? Ni siquiera conozco una mínima parte de lo que me rodea... de lo que nos une o nos separa.
¿Nos hace falta? Yo solo quiero que esto no acabe. Que no te vayas otra vez. No de mi lado. No de mi vida.
Ella llegó tarde, no vio a nadie, fue directa a dormir. En vez de su piedra encontró una fiesta en su salón.
Pocas cosas tan bonitas como tu voz, que quizá ni recuerde, o quizá prefiera no estropear con el acento que añadiría mi manera de recordar, mejor se queda así. Pura. Para siempre. Como lo fue tu sonrisa o tu calma. O tu mirada. Pocas cosas tan bonitas como formar parte de ti. Como que formes parte de mí. Pocas cosas tan bonitas como poder recordarte, aunque por los bordes, ya sabes, para no estropear. No te quiero estropear, no te quiero doler. No quiero cambiarte. No quiero volver.
Quiero sentir. Sentirte tanto que me duela el esfuerzo. Que duela el esfuerzo, pero no tú.
Tú no dueles, tú aceleras el pulso, de ti brota agua, corrientes imparables de agua, aire puro de brisa y fuego eterno. Sí, tan eterno, que si alguna vez tratara de explicar cuándo empezó o si acabará, no podría decir absolutamente nada. O quizás sí. Algo.
Teléfono. Risas. Madrid. Tortuga.
Con vivos, muertos, brindando juntos por un año más, un año menos que dolerse de esta herida y de esta luz.
Un año menos que dolerse de esta herida y de esta luz.
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