La vida da tantas sorpresas que si nos paráramos a contar todas y cada una de ellas necesitaríamos un par de siglos y alguna que otra noche más.
Cambios, cambios, cambios.
Cambiar el mundo, hablar de más, enredar un poco.
Nunca soporté aquello de perder el tiempo... pero es que a veces es tan inevitable. Pasas un año completo con una meta, pensando en ella todo el tiempo. Dándote esperanzas, caminando a ciegas, imaginando despedidas. Y, de repente, todo se hunde. La meta desaparece y solo cabe la decepción.
Salir cada noche a matar, hacer un par de rotos, amanecer charlando con cara de locos.
¿Y después? Después... abres los ojos. Después descubres lo grande que es el mundo y lo poco que lo conoces. Después sonríes por darte cuenta de que, en realidad, no has perdido el tiempo; sino que has aprendido tanto, tantísimo, que podrías llorar de felicidad.
Creo que muchas veces es eso en lo que se basa esta vida. Emociones, sorpresas y un par de acordes.
Me dispongo a despegar vale la pena marear, sangrar, decir, averiar, hacer el torpe. O me da por preguntar, ¿de dónde he salido? Y ¿de que valdrá marcharme lejos, cambiarlo todo por un monte?