Dicen que el mundo se muere este año.
Me da por vivir.
No creo en la humanidad. No creo en esta humanidad.
No creo en los que visten de seda y diamantes a sus semejantes para que sean todo menos eso. Iguales. Parecidos. Nacidos en el mismo mundo.
No creo en los que idolatran a semejantes por tan solo un par de letras que acompañan al nombre al que responden.
No creo en una humanidad movida por las cifras, que supedita la valía de un corazón a un papel.
No creo en esta humanidad que desordena. La misma que aparta a los que se mueven a contratiempo ya sea queriendo o sin querer. La que cree saber todo de todos y acaba creando los convencionalismos que son nuestros impulsos innatos, incluso antes de llegar a respirar. Y la que rechaza la individualidad con derechos vacíos de aplicación que la aseguran.
¿De dónde sale ese odio innato a una bandera? Si son colores puestos en bandas. Pero, ¿cómo te desprendes de él? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hasta el punto en el que despreciar a tu nación viene a ser parte de tus rasgos de persona, que vienen pegados a ti al nacer.
Ni bueno ni malo, solo pregunto por qué.
¿Qué nos queda por vivir en una humanidad que te restringe todo? ¿Por qué decidir en torno a las decisiones de cualquier organismo formado por las oligarquías que ni siquiera saben tu color favorito? Quizá para ellos es más fácil sí conocerlo: el que no esté reflejado en tu bandera.
No creo en una humanidad que busca sus vestigios de renovación más allá de donde puede ver. La que piensa que cuanto más lejos, mejor se vive. La que cree que siempre hay alguien por encima y alguien por debajo. La que no entiende que todos somos humanidad.
Y todos somos tan increíbles. Porque no se puede creer en nuestra bondad. No porque nos sobre.
Tanto como su detestable manera de presentarse.
Esta humanidad que dota de temor a los ojos de los recién nacidos, que lloran ya no por instinto, sino por rutina. Que se agarran a cualquier cosa que se parezca a un dedo, aunque raje, aunque dañe. Así van cogiendo experiencia, un punto más para su curriculum vitae.
Esta saña que más que daña corroe hasta lo más puro. ¿Qué queda no contagiado de los desaires de esta miseria compartida? Y se extiende. Y para no sentirnos más culpables lo llamamos tradición.
No se puede ser más presuntuoso.
No creo en esta humanidad con coraza y sin corazón. Sin corazón.
¿Quién me ha robado el mes de abril? Lo guardaba en el cajón, donde guardo el corazón.
¿Por qué tapas tu boca cuando ríes? ¿Por qué no tienes los ojos tristes cuando lloras?
¿Qué le has hecho al mundo?