Que no, que no entiendo que odies la música alta. Que no entiendo que bajes el volumen el doble de lo que lo subo yo. Que no entiendo que me hables mientras canto. Que me hagas parar. Que ya sabes lo que disfruto con una canción que me pone los pelos de punta. Aunque tú no lo entiendas. Que no quiero que te separes de mí y de mi música. Que mis tímpanos, más que sufrir, me gritan aún más. Que prefiero cantar alto que susurrarte entre el ruido. Que prefiero que me sonrías mientras me gritas "¿No podrías escuchar una canción más fea?". Y que yo no pare de cantar, no pare de cantar. Que me obligues a darte un beso en la parte más aguda de toda la canción. Que yo lo haga y sonría (sin dejar de cantar).
Que me digas que si estuviera en clase de coro me echarían por descolocar la armonía. Por desafinar aún más alto de lo que canto. Y que yo me ría. Porque me da igual. ¿No sabes que me da igual? Y es que luego sonríes y nada de lo que has dicho es verdad. Nada de lo que has dicho lo haces para que no vaya a clase de coro. Nada de lo que has dicho pretende otra cosa sino que cante más alto.
"¿Y por qué no te callas y cantas tú?". Y, cómo no, en vez de callarte, empiezas a cantar. Sí, y perdona, pero... ¡a ti sí que te echarían de clase de coro! Así que soy yo la que te pone las manos en la boca, para que dejes de cantar. Para que sigas diciéndome de todo mientras yo canto, para que bajes el volumen de la música. Para que pares la canción y me quede como solista a capela durante un segundo que dura diez minutos. Y te pegue en el brazo y grites un ¡AY! que no cabe en el mundo. Porque, claro, ya sabes que tengo fuerza de gigante. Y que te duelen muchísimo mis puñetazos.
Tus respuestas impredecibles son lo que me hacen prepararme para un día contigo como si fuera al Amazonas durante un mes entero. Y eso es tan increíble... que no te cambiaría ni por una garganta privilegiada que me llevara con mi música al fin del mundo. No, me gusta mi garganta. Y eso que ni nos hemos presentado.
Y, ¿sabes qué es lo mejor? Que de repente, mientras canto, ¡cambias de emisora de radio! ¿Radio clásica? En mi vida pensé que alguien escuchara eso. Pero tú, quizás seas el único que pasas horas enteras de viaje escuchándola y marcando el compás en la palanca de cambios. Y nada más que por eso, ya todo tiene sentido.
Aunque perdona que piense que lo que no tiene sentido es que cuando cambias a esa emisora le subas el volumen, no el doble de lo que lo has bajado antes, sino el triple. ¡Pero bueno!
"¿Qué tendrá esa emisora que no tendré yo?"
Nunca torvidaré.
ReplyDeleteApa.
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