Podría escribir tantas verdades, tantas realidades. Como el Universo. Podría confesarte que no sería nada difícil tocar las estrellas, sentir su luz; si tan solo me ayudaras a inclinarme un poco más. Podría contarte tantas historias y tantas paradojas que se acabaría toda la arena del reloj que lleva sin pausa desde que el mundo fue mundo. Desde que las estrellas fueron estrellas y desde que el Sol no descansa.
Podría dedicarte tantas canciones. Tantos versos, tantas palabras. Podría reconocer cada gesto en un solo segundo... y cada mirada antes de que pudieras apartarla.
Podría volver a vivir cada momento. Cada imagen. Cada recuerdo. Como si nunca se hubieran ido, en realidad. Podría imaginar de mil maneras cómo sería todo si nunca fuéramos a cambiar. Si todo fuera estático.
Pero no lo es. Nunca lo ha sido. ¿Y quién sabe si nunca lo será?
Podría guardar cada foto, cada silencio, en un cajón. Para que no vuelvan a aparecer en meses... y para que en años salgan, se levanten de nuevo contra mí y me susurren: "Hey, nunca nos fuimos, estábamos aquí". Y, en ese momento, podría cerrar los ojos, dejar que los recuerdos acaricien lo que quedó vacío algún día. Dejar que traigan de nuevo la magia, el encanto.
Y, quién sabe, quizás podrían acompañarme. ¿Por qué no? Nunca nadie dijo lo largo que podría ser un viaje. Y un viaje en soledad puede llegar a ser demasiado triste. Demasiado.
Incluso cuando piensas que los recuerdos solo son capturas amontonadas en un rincón. Incluso cuando sabes que nunca, jamás, volverás a ser la misma persona.
Incluso cuando nunca te conté todo lo que preparé aquella tarde. Incluso cuando no hice todo lo que podría haber hecho.
Incluso cuando se me olvidaron las dos únicas palabras que podrían salvar el momento. Las que no pueden volver. No ahora, no en este momento.
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