Cuando me encuentren
delante de los fuegos
sin pestañas y sin saliva
se acordarán de mi nombre
Sé que he roto mil de los lazos que nos ataban a través de las montañas. Se ha derretido la nieve por vergüenza al verme pasar, con los ojos entrecerrados, dando puñaladas al aire y gritando el nombre que me hizo hondas las heridas. He descubierto el fondo de mi piel. No hay nada. Lo he convertido en mi religión y le rezo mañana, tarde y noche. Parece que Dios no me escucha. Parece que Dios, si existe, no quiere que lo sepamos.
Como tu dedo en mi pecho, recorriendo costilla sí, costilla no. Buscando los latidos, los que pronuncian letras perfectas del abecedario. Y encontrando, en el fondo, nada. Lo siento, es que yo también he olvidado mi apellido.
Que se acabe este infierno. Se lo ruego a quien sea. Solo quiero que me sequen las noches oscuras. Que me expliquen el sentido de la vida mientras me tomo un café y pida que me lo repitan por estar pensando en ti. Que me lo repitan y no me interese. ¿No sabes ya por qué?
No me interesa alargar el círculo, complicar las preguntas. No me interesa empezar otra vez. No me interesa caminar de espaldas.
Que se acabe este infierno.
Antes de que acabe el día.