Friday, 20 May 2016

Dios

Que se acabe este infierno

Cuando me encuentren
delante de los fuegos
sin pestañas y sin saliva
se acordarán de mi nombre

Sé que he roto mil de los lazos que nos ataban a través de las montañas. Se ha derretido la nieve por vergüenza al verme pasar, con los ojos entrecerrados, dando puñaladas al aire y gritando el nombre que me hizo hondas las heridas. He descubierto el fondo de mi piel. No hay nada. Lo he convertido en mi religión y le rezo mañana, tarde y noche. Parece que Dios no me escucha. Parece que Dios, si existe, no quiere que lo sepamos.

Como tu dedo en mi pecho, recorriendo costilla sí, costilla no. Buscando los latidos, los que pronuncian letras perfectas del abecedario. Y encontrando, en el fondo, nada. Lo siento, es que yo también he olvidado mi apellido. 

Que se acabe este infierno. Se lo ruego a quien sea. Solo quiero que me sequen las noches oscuras. Que me expliquen el sentido de la vida mientras me tomo un café y pida que me lo repitan por estar pensando en ti. Que me lo repitan y no me interese. ¿No sabes ya por qué?

No me interesa alargar el círculo, complicar las preguntas. No me interesa empezar otra vez. No me interesa caminar de espaldas.

Que se acabe este infierno.
Antes de que acabe el día.


Saturday, 7 May 2016

Mi golondrina



Viene la golondrina y me mira a los ojos. Siente que el mundo es más pequeño, que se detiene si no mueve las alas. Me cuenta las veces en las que ya no hablas a las personas que se parecen a mí. Dice que se le escapa a veces el hilo azul, que se vuelve invisible, que parpadea si se nubla el cielo. Dice que ha perdido las ganas de viajar, que no la ayudo a despegar. Que aunque cada vez sea más estrecho el aire, no tiene ganas de cargar con la espada. Que se maten los demás, dice. Que ya no mata más por mí. Es que yo se lo pedí. Aléjate, golondrina, deja de emigrar. He matado a mi golondrina y me he vestido con sus plumas, que escuecen más que calientan. Yo, que pensaba que sería más fácil mirar desde su piel, de repente estoy frente a la pared empapada. La miro y le lloro y ya no quiere mis lágrimas. Las vendo, de segunda mano, y me las compra un hombre con sombrero. No le veo los ojos, no sé si él quiere llorar o que le hayan llorado. Me importa tanto como mi golondrina. Me importaría saber qué está pasando en la suela de tus zapatos si no me diera rabia tu recuerdo.