Siempre te necesité. No me malinterpretes pero siempre necesité la manera en la que mueves tus ojos de mis pies a mi cabeza. No es que no pueda vivir sola, tampoco es que vaya a morir sin ti. No es nada de eso. Es que te necesité para escribir cada día.
No siempre fuiste tú tal y como me lees. A veces fue tu ausencia o a veces fue tu inconsistencia.
Siempre necesité tenerte en mi cabeza, merodeando por mis rincones, desordenando mis cajones. Siempre necesité tus ojos, tu pelo y tu boca. Necesité que me entretejieras el pelo, que me apretaras las costillas y que me arañaras las piernas.
Necesité tu aliento para respirar profundo. Necesité tu voz para saber qué era el ruido. Necesité tus manos para encontrar la posición natural de las mías.
Te encontré en el momento exacto porque entonces supe que eras tú. Te escribí mil libros en mi cabeza, quinientos en los cuadernos y uno aquí, en tu piel. Avísame si necesitas aprender a leerme.
Es lo que haces lo que abruma. Lo que dices, cómo lo dices. El lugar a donde vas, las calles que pisas. Son las noches que duermes a solas, las veces que te tatuaste lo que te quita el sueño. Los días que lloraste por lo que se te perdió. Los colores y las líneas que usaste para dibujar el espacio que nos separa. Es lo que te hace daño lo que más odio. Voy a echarle una maldición a todo aquel que te pise los talones, a todo el que te diga a dónde no puedes llegar. Puedes llegar a todas partes si ya estás aquí.
Te necesité cada noche al escuchar la campanada número doce. Te necesitaron mis ojos cada día si empezaban a llorar por cualquier cosa, ya no fueras o fueras tú. ¿Dónde vas a estar siempre?
Solo quiero que sepas que te necesité en casa, en la Universidad y en los aviones. Solo quiero que sepas que aún no sabía si sabrías leer, si entenderías mi idioma, no sabía si querrías escucharme, si querrían mirarme esos ojos. Y aun así te escribí mil cartas de amor además de todos los libros.
Si te necesito es porque eres tú. Eres todo lo que eres, soy todo lo que soy. ¿Dónde estamos?
Te necesité para escribir esto. Te necesité una vez, dos, tres. Lo entendiste y luego dejaste de entenderlo. Apareciste de una forma y de otra. A veces lo leíste, otras, lo leí por ti. A veces se me habrá olvidado decirte lo mucho que he llegado a quererte y otras, me habré mordido la lengua. Por si dolía. Por si acaso hubiera dolido más de lo que ya pudo doler cualquier vez.
Otras veces, al final, habré cerrado los labios, los ojos y las venas y habré tratado de buscarte en otra parte para así no necesitarte nunca más. Lo siento, es que necesito necesitarte. ¿Cómo te escribo, si no? ¿Cómo respiro, si no?
Entiéndelo, no es que me muera por ti. Es que la sangre no es roja si no me pisas los estornudos. Es que las palabras están vacías si no llevan tu olor.
Si te necesité, fue porque tenías que necesitarme.
A veces, todo eso.
Y, luego, está esta vez.