Estoy loca. Loca por ti. Y no por ser tú sino por tu culpa. Es tu culpa que me sangren las puntas de los dedos. Tu culpa que me queme cada vértebra al respirar. Es tu culpa que me culpe por no controlar el tiempo y las ganas.
Y te odio cuando dan las once.
Te odio solo cuando escribo. Y es, entonces, tu culpa que haya dejado de escribir.
Pegaría puñetazos a todas las paredes por tu culpa. Lanzaría patadas contra todas las farolas si se parecieran a ti. Destrozaría cada espejo si supiera que así no te vería nunca más reflejado
en mis manos
en mi pelo
en mis ojos
en mis libros
en mis cuentos
en mi ropa
en mi cuello.
Pero sigue siendo tu culpa que no muero por ti. Ni de noche ni de día. Es tu culpa que, sin ti, pues tampoco se está tan mal. Se podría decir que, sin ti, sigo rodeada de cuatro paredes y de aire para respirar.
Y ahora, ¿cómo quieres verme tú?
Contéstame, ¿de qué color prefieres la tinta del boli?
Es tu culpa que me muera, entonces.
Confirmado, el amor es una porquería... ¡Pero que bonita porquería!
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