Wednesday, 19 February 2014

Que digas o que hagas

Tú juegas a quererme, yo juego a que te creas que te quiero.
Buscando una coartada, me das una pasión que yo no espero y no me importa nada.

Tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo.

Escucho tus bobadas acerca del amor y del deseo y no me importa nada.
¿Qué podríamos ser tú y yo a estas alturas? ¿Qué podríamos haber llegado a ser? Dime si de verdad te importó en algún momento que pudieran llegarme a cegarme mis pesadillas. Dime si alguna vez te llegaste a preguntar por qué me pasaba horas delante de aquella ventana. Dime si, aunque sea, te diste cuenta alguna de esas horas.
Nada, que rías o sueñes, que digas o que hagas.
Y no me importa nada, por mucho que me empeñe estoy jugando y no me importa nada.
Ya no vienes ni vas. Ya no sales corriendo ni vienes con prisa. Ya nunca más a mi lado y nunca más al otro lado del teléfono. Ya no más calor de verano bajo tus brazos, ni frío de invierno con el consuelo de tu aliento. Me tenías tan enredada en tus pensamientos que no fuiste capaz de encontrarme antes de que escapara de tu laberinto. La verdad es que tuve la opción de quedarme... ¿y qué? ¿Qué tienes que no me haga pensar en las espinas que amueblan tu laberinto, de los rosales que adornan tu vida pero que duelen más que cualquier golpe? Encontré la salida y estuve a punto de quedarme con las promesas que nunca salieron de tu boca, con la vida estática que figuraba en el cheque que estuve a punto de meter en mi bolsillo. 
Tú juegas a tenerme, yo juego a que te creas que me tienes.
Serena y confiada invento las palabras que te hieren y no me importa nada.

Tú juegas a olvidarme, yo juego a que te creas que me importa, conozco la jugada, sé manejarme en las distancias cortas y no me importa nada.
Y ahora, ¿qué es de ti? Podría contarte de mil maneras que te echo de menos pero estaría diciendo las mentiras que más harían crecer mi nariz.Y, aunque diga, diga y vuelva a decir, la verdad solo es una. Y es que es solo una la forma en la que puedo echarte de menos. Pero la olvidé en tu laberinto. Dime que es eso lo que ahora andas buscando. Dime que quieres que quede en mí algo de ti aparte de tu recuerdo emborronado. Dime que te esfuerzas por tratar de entenderme, ahora, incluso cuando ya no hay vuelta atrás. No sería menos absurdo que todas las promesas que estaba dispuesta a regalarte.
Nada, que rías o que sueñes, que digas o que hagas. Y no me importa nada, por mucho que me empeñe, que digas o que hagas y no me importa nada.
Todo esto no es más difícil porque tú ya no estás. Aunque siempre fuiste mi dificultad favorita, tengo que dejarte ir. Aunque siempre fuiste la estrella fugaz de la noche del veintiocho de febrero, tienes que dejarme ir. Todo esto no es más difícil porque no puede. Esa es la verdad. Simplemente no puede haber una cosa más compleja que repetir una y otra vez que te olvido... o que no me importa nada. Nada.
Y no me importa nada que rías o que sueñes, que digas o que hagas.
Y no me importa nada, que tomes o que dejes, que vengas o que vayas.

Y no me importa nada, que subas o que bajes, que entres o que salgas.

Y no me importa nada.

Monday, 17 February 2014

Estuches

Soy todos esos acordes que siempre me he propuesto hacer sonar. Y que incluso a veces he intentado que fueran algo más que un pdf guardado en esa carpeta: Guitarra.
Pero lo cierto es que no sé ni hacer un sonar un acorde de Sol, de Fa o de Si.
La verdad es que no tengo ni idea.

Y siempre querré aprender. Pero nunca lo haré.
Son las cosas de mi vida. Lo que me propongo para nunca llegar a hacer pero siempre querer hacer.

Y no, deja, por favor, de pensar que nunca es tarde para aprender y que algún día lo haré.

No.

No.

Está bien así. O quizá no.
El caso es que hoy en día, de la forma en la que soy, admiro a todo el mundo que sepa hacer un mínimo acorde en una guitarra, me inunda la curiosidad cuando veo a cualquier persona con un estuche en forma de instrumento por la calle y me muero de ganas de aprender a hacer uso de lo que sea que haya dentro de ese estuche.

Es así. Siempre ha sido así. Y no quiero perderlo, no quería perderlo. Pensaba que si yo misma llegaba alguna vez a llevar uno de esos estuches a la espalda, ya no sentiría esa admiración innata por los demás estuches nunca más. Y, aún así, con el miedo de perder esa increíble sensación, me atreví. Y el estuche vino a mí. Como si hubiera sido mío siempre. Y no dudo que, de hecho, no lo haya sido. Él para mí y yo para él. Mi saxo para mí y yo para mi saxo. Haciéndole compañía a la pintura, la literatura, el teatro y la fotografía.

Y, fíjate, no he perdido ni un mínimo ápice de esa maravillosa sensación. Pienso, sin querer, cada vez que veo cualquier estuche ajeno, que la persona que lo porta tiene que tener un corazón increíble y, sin llegar a querer pensarlo, ya sé que sabrá mil veces más de música de lo que puedo saber yo. Y lo admiro.
Da igual si he visto su mirada o no. Da igual si he llegado a escuchar su voz o no. O si alguna vez he podido analizar de qué manera hace el rabillo de la a al escribir. Lo admiro. Por ser como es. Por llevar el peso a la espalda, al brazo o al hombro.

La música no puede traer nada malo. Nunca.

Y, podría admitir a regañadientes (porque casi nunca faltan las lágrimas), que nunca me ha traído nada malo a mí.
Y, qué diablos, claro que formo parte de la música. Aunque nunca sea capaz de pensar que estoy involucrada al mismo nivel que todos vosotros.
Es algo en mí. Algo en mí que me obliga a pensar que nunca sabré más del 0'00000000...% que ahora sé de lo que significa un fa sostenido. O un si bemol.

Aunque incluso nunca lo llegue a saber. Soy parte de la música.

Y adoro saber que siempre estará esa curiosidad. Esa admiración. Ese deleite al ver cualquier estuche en cualquier lugar.