Sí. Lo creo. Lo sé.
Cada dos meses; a veces, incluso menos, decidimos pasar la tarde y la noche juntas. La idea siempre viene a nosotras de repente. No nos paramos mucho a pensarlo. Mañana os quedáis a dormir. Así funciona. Así de simple.
Ojalá todo lo demás también fuera así de fácil.
El plan siempre es el mismo: salimos por la tarde y volvemos a casa pronto. En casa, ideas variables: desde ver una película entera, a solo las canciones o incluso navegar por internet sin destino ninguno. Pero hay algo que nunca falla. ¿Sabéis qué es?
Pasarnos horas hablando. De todo y de nada. Al principio, siempre tenemos la misma sensación. Siempre parece que no hay nada que decir. Que lo sabemos absolutamente todo de nosotras. Pero, de repente, cualquiera empezamos con algún tema, una tontería, algo triste, algo curioso. Y ya, ahí, empieza todo. Es como el curso de un río: el nacimiento, indeciso, pequeño, alegre; luego, todo su curso, con sus afluentes, va creciendo, coge velocidad, emoción, ánimo; y, al final, la desembocadura. Siempre coincide con el sueño. Nos quedamos dormidas justo en ese momento. Callamos todas las palabras con cerrar los ojos. Sin más.
¿Sabéis? Si tuviera que decir algún momento en el que me doy cuenta de todo lo que podemos cambiar con el paso del tiempo, sería esas noches. Es como si pasaran siglos entre cada noche de esas. Quizás, una noche nos quedamos a dormir y hablamos de algo: emoción, risas, esperanza, cariño, ilusión. Y, a la siguiente, quizás podamos hablar de la misma cosa; pero, esta vez, acompañada de desilusión, decepción, tristeza. Realidad.
Es sencillo, si te paras a pensar. El tiempo pasa, las cosas cambian, las situaciones se dulcifican, a veces. Otras, se vuelve tensas. Y es así, siempre.
Cada noche es diferente. Cada una con su encanto. Con sus romances inciertos, con sus amistades increíbles. Con sus recuerdos y su emoción por el futuro. Por los planes que quizás algún día no seremos capaces de conseguir. O quizás sí.
Con sus promesas.
Las promesas que, estoy segura, se cumplirán.
Porque confío en vosotras. Como en nadie más. Confío en que estáis aprendiendo, como yo, a que no siempre hay que apostar a la primera... pero que es lo más emocionante que puedas hacer nunca.
Apostar para perder, para decepcionarte... o, quién sabe, para reír. Para ganar. Para saltar y llorar. Para cantar, para vivir con ganas. Para crear nuevos recuerdos. Y nuevos planes.
Para mantenernos juntas.
Sin secretos y sin días grises.
El único día que quiero que sea gris es mañana... Ya tú sabeh, mi amoh.
ReplyDelete