A ver, lo voy a intentar explicar. Es como si hubiera empezado a cazar lo que antes me cazaba a mí. Pero del tipo de caza de las perdices. Esperas y esperas y esperas. Y un día, pluf.
Odio la caza.
Veo ápices de su cuerpo por todas partes. Me da un vuelco el corazón, me da miedo y me dan ganas. Y luego sacudo la cabeza, como en las películas de animación. Y se me pasa. Pero vuelve. Y así. No he llegado a ninguna conclusión aunque tampoco creo que haga falta.
Bueno, quiero leer más, hacer deporte y encontrármelo al comprar el pan. Pero eso no puede pasar, al menos en esta ciudad. Me da vértigo estar a solas conmigo. Por eso te he inventado. Porque te he inventado. Si no, dímelo tú. ¿Por qué no sé nada de ti?
No me vas a convencer. Que no, que te digo yo que no. A menos que vengas y aparezcas y me convenzas. Entonces, sí. Que si cambio de opinión, sí. Que si quieres venir, no. No sé. No ves que no te conozco.
Bueno, así estoy, hablándote en sueños. Pareces más alto, más joven y más bueno. Aunque qué voy a saber yo. ¿No?
Aunque todos los pasos suenen a tus pasos. Y todos los hielos de los vasos, suenen a los hielos de tus vasos; nunca te veo llegar. Y el día, si llega, que llegues; a lo mejor ya me he ido. Pero seguramente no. Porque me he colgado de tu hilo de pescar. Que no se ve. Que cuidado que hace daño si no lo ves al correr. Me has hechizado porque como la magia no existe, pues así lo has hecho. Sin hacer nada y sin existir nada, ahí me tienes. Cuidado al cerrar la mano, que me pillas los dedos. Dime que en tu casa hay puertas, para poderlas cerrar.