Y duele vernos morir.
Atracción, reacción, inmolación. Así llamaste a las reglas que nos miden las manos.
Nosotros queremos unos ojos que se miren sin dejar rastro.
Unas manos que se rocen sin esparcir ascuas.
Unas palabras que se digan y se desvanezcan.
Nosotros queremos lo que estamos buscando sin querer.
Amor y culpa.
Volvemos a las pocas cosas que son más bonitas que tu voz. A las pocas cosas que podrían compararse con tus ojos. Si encontrara cualesquier otros con un milímetro de parecido ya estaría al borde del colapso por amor. Pocas cosas más inimaginables como que podamos respirar el mismo aire del mismo mundo y aún estar tan lejos.
Pocas cosas, sin embargo, más tristes que estar vivos. Que compartir década, que mirarnos en los callejones. Tan triste como querer vernos y entonces mirarnos. Y luego llorarnos sin secar las lágrimas. Es todo tan triste que tienes mi espalda llena de arañazos. La tienes porque te la doy, sin querer. ¿Y la tuya? ¿Dónde está? ¿Dónde estás ahora?
Yo lo sé y aquí sigo. Porque yo no te merezco y tú no me mereces. Ni tú para mí ni yo para ti. Y entonces aquí seguimos, sin llegar a soltarnos. Y entonces,
suéltame
y que me enseñen tus ojos
que no quieren que me haga daño al caer
espérame abajo
y despídete por última vez
dime que te alegras de verme ser
no me respondas las súplicas
no me mires
deja de mirarme
no me leas
deja de leerme
por favor
esto es por lo que no puedo dejar de mirarte
de aspirar tus gestos
había dicho que me dejaras de leer