Que me perdone Geoffrey Stone si me atrevo a versionar su teoría de la revolución de la mente como enemiga del amor. ¡Habrase visto! Enemiga, dice, qué barbaridad. No se podría oir semejante bordería ni en cien mil kilómetros.
¿Cómo podría existir la mente sin el amor?
Me fascina eso de que todo esté relacionado. Si llamamos relación a la relación que hacen entre sí las cosas correlativas que existen entre las dos partes de una relación. O las tres partes. O las infinitas partes. Entonces todo es relación.
Por lo de infinito, me refiero.
Cuidado, no estoy negando que todo esté relacionado, simplemente me quejo de ello. ¿Por qué? Y, claro, tenían que existir tanto relaciones agónicas como antagónicas. Qué ironía, eh. Como la de la mente y el amor. O mejor, como la del amor y la mente. Que no es lo mismo.
No es lo mismo, lo prometo.
¿Sabéis lo que sí es fascinante? Que no estoy sola en todo esto. Fijaos en las pinceladas de Hugo Cervantes o en el daguerrotipo de Emma Miller. O incluso me atrevería a mencionar las investigaciones moleculares de Aleksey Ajmátov, que ya es decir. No sé por qué, pero en cierto modo siempre me han recordado a mi manera de pensar. Que sí, que todo lo que decís está genial pero me quejo de ello. O me da igual porque todo sigue igual, ¿veis?
Ya no me siento sola.
Excepto cuando decís que el amor es la acción mas altruista del mundo.
Ahí me hierve la sangre. Literalemente, pero que me perdone la doctora Caroline Young, que tanto avanzó en la teoría de la emulsión de la hemoglobina. Lo siento, Carol.
¿Altruista? ¡Venga! Y seguís. ¿Pero cómo? Y esta vez sí, aunque no vayáis a saber de quién hablo, que me permita don David Aliaga versionar sus palabras:
Me da igual el hambre en África si estoy contigo.
(Perdón, Deivid. Perdón.)
El amor (por el cual existe la mente, por si no habíais estado atentos) es el sentimiento verdadero (para los que lean a Josh Scott) más egoísta que existe. ¿Que por qué? Creo que ha quedado bastante claro y todos sabéis de lo que hablo.
Y si lo negáis.
Estais perdidos.
O nunca habéis conocido el amor
verdadero.